16 septiembre 2009

Jack

Hace más de un lustro, en el único bar en este inhospito pueblo donde una persona podía sentirse como en casa, encontré al mejor amigo que he tenido nunca.


Como al principio de cada Otoño imploraba calor a un vaso de Bourbon, mientras esperaba a que pasara la inusualmente larga tormenta de aquella tarde. No paraba de mirar el reloj, aunque no tenía ningun sitio mejor a donde ir y le hacía preguntas preguntas incómodas al camarero, que se limitaba a sonreir como quien le sigue la corriente a un pirado. Cuando no soltaba cualquier jilipollez por la boca, me limitaba a pensar en el frio y en la lluvia. Me encanta el frio porque me anima, es como la promesa de algo nuevo y mejor, ese cambio que podría dar un giro a tu vida... aunque nunca lo hace. Es una sensación extraña.

Supongo que entonces debí sentir una corriente de aire frio en mi espalda; la corriente inconfundible que se genera cuando alguien abre la puerta y la temperatura exterior se entremezcla con la interior, destrozando el perfecto microclima de la estancia. Me giré malhumorada para gritarle al imbécil de turno que cerrase la puerta, pero ya estaba cerrada. Nunca he sido una mujer con grandes reflejos, más bien soy de efecto retardado.

Al volver la vista al frente observé que un intruso había ocupado el asiento de mi lado. Le observé callada antes de decirle que se largara de ese asiento, que me molestaba su presencia. El tipo aparentaba unos 30, bastante alto, tenía el pelo corto y castaño, desordenado y hacia arriba adrede, como para parecer un veintañero. No dijo ni hola y tenía una expresión bastante seria, cosa que me pareció una falta de cortesía, aunque realmente yo tampoco pensaba saludarle.
En algun momento mientras le observaba y le juzgaba en silencio pidió una copa para él y otra para mí. Al darme cuenta de eso solo pude mascullar "gracias", a lo que el respondió alzando el vaso sin siquiera sonreir.

Pudo pasar una hora hasta que me decidí a hablarle. Creo que dije la estupidez que cualquiera habría dicho sobre el tiempo, pero funcionó. Cuando hablas con un desconocido no te planteas qué debes decir y qué no, nadie espera nada de tí, no tienes que fingir ser una buena persona porque probablemente no vuelvas a verle en tu vida.

Llegada la hora de cierre del local nos levantamos y nos pusimos en camino hacia la puerta. Mientras andaba hacia afuera pensé que aquel tío me había revelado todos sus pensamientos, su forma de ser, su actitud hacia la vida en tan solo unas horas y nisiquiera sabía de donde era o a que se dedicaba. Supongo que en realidad me daba igual. Siempre me ha interesado más lo que hay dentro de la cabeza de la gente que lo que pone en su carnet de identidad.

Cuando salimos a la calle respiré el aire frio y humedo que queda tras la lluvia y al levantar la cabeza ví como se alejaba sin siquiera decir adiós.

No le volví a ver hasta el 22 de Septiembre del año siguiente, sentado en el mismo taburete del mismo bar, con los mismos dos vasos de Bourbon, uno para él y otro para mí.

Desde entonces nos reunimos cada equinoccio, nos contamos nuestras neuras entre copas y nos despedimos hasta el próximo 22 de Septiembre.

5 comentarios:

  1. Juas, juas, esta entrada te ha quedado de lo mas Trampera...

    En fin, si me dejas lo mismo me apunto.. ok?

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  2. ¿Por que todo lo comparáis con el blog de Tramp?

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  3. Por el tema de los relatos; bares oscuros, alcohol, compartir experiencias con casi desconocidos...

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  4. Que no soy Tramp, no me compareis ò_ó Me da igual lo que parezca, llevo muchos años escribiendo, esto no es nada nuevo.

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  5. Pues deberías sacar más a la luz porque merece mucho la pena.

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